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Esperancita Escarlata

Sucedió en mi pueblo

            En los tebeos había visto yo cómo, a veces, los gatitos pequeños se subían a una rama de árbol demasiado alta y luego se quedaban en ella maullando, porque no eran capaces de bajar. Entonces llegaba alguien y los socorría subiéndose a buscarlos, bien con una escalera o bien a pelo. Me suena a historieta de Don Celes o de Mickey Mouse.

            Pues bien. Hace unos días, pude ver en directo una escena similar, pero mucho más graciosa. En este caso, el que había trepado hasta un tejadillo de la iglesia, no era un gatito, sino un niño de unos nueve ó diez años. Estaba acurrucado contra la pared y no se atrevía ni a moverse. Seguramente se subió en busca de un balón o algo así. Supongo que fueron sus amigos, otros dos niños que le rondaban desde abajo, los que dieron aviso del apuro del muchacho. El caso es que cuando yo pasaba llegaban ya nada menos que CUATRO policías municipales, que se apearon del coche en plan peliculero y por eso me fijé en la escena.

            En seguida se hicieron cargo de la situación y uno de ellos trepó por una reja hasta tocar el tejado. Seguro que este fue el camino que había seguido previamente el chiquillo. Parece que no le gustó la idea de utilizar esa vía y volvió a bajar. Otro de sus compañeros se ausentó unos minutos, quedando pues, tres de guardia. El niño seguía en el mismo sitio, hecho un ovillito y sin mover ni un pelo. Había que fijarse bien para distinguirlo de las tejas. Me pregunto qué estaría pensando. ¿Me caerá una bronca buena? ¿Me reñirán los polis? ¿Saldrá el sacristán y me tirará de las orejas? Como se enteren en casa…

            Al poco reapareció el policía. Venía acompañado de un chico, y entre los dos portaban una escalera lo suficientemente larga como para alcanzar el tejadillo, que tendría unos tres metros y medio ó cuatro de altura. En unos minutos y con ayuda de uno de los agentes que subió a buscarlo, el niño estaba de nuevo poniendo el pie en tierra. Tenía cara de “¡tierra trágame!

            Hasta aquí puedo contar. No vi que los municipales le pusieran una multa. Ni tan siquiera se llevó un capón. Algo sosaina el final, la verdad. Un poco estilo Disney, pero sin música de violines.

4 comentarios

Cilicia Dobermann -

Impresionante la historia.
Sin palabras.

R.I.P. Margarita.

Zeta -

¡Por fin alguien que me entiende! Llevaba años esperando este momento...

Resulta que teniendo yo unos 10 añicos (momento para el que ya debía haber visto las mismas pelis que Piruleta) se me subió la gata a la copa de uno de los álamos del frondoso patio de aquel señor cuya casa ocupaba toda la manzana de enfrente. Como el niño, la bajada no la tenía tan clara. Tras estudiar el caso minuciosamente, tirar cachos de salchichas al árbol y decir misi misi unas decenas de veces, ni corta ni perezosa cogí el teléfono, localicé a los bomberos y les expliqué mi dilema. Una vez repuestos del descojone inicial, que no comprendí en su momento pues pocos fuegos que apagar veía yo por allí, se desplegó la operación rescate (con escalera de bomberos y todo) y mucha espectación: por mi parte, la de mis vecinos, la del resto de los bomberos que aguardaban en tierra firme y sobre todo la de los dobermans del vecino, que ya llevaban rato relamiéndose al pie del arbolito. Gata y bombero bajaron finalmente, fuimos felices y comimos sardinas la una y bocata de nocilla la otra (o sea que de final sosaina nada de nada).

Margarita dejó este valle de lágrimas hace años, pero no entre las fauces de ningún doberman. In memoriam.

rani -

Cómo todos los niños¡¡¡¡...¿Quién de pequeño no ha hecho algo que sabía que no se podía hacer?...jajaja. Pero qué sería la vida sin algo de riesgo...y más a esas edades, donde el miedo brilla por su ausencia, todo nos parece fácil y no pensamos en que sucederá después...salvo que estemos en un tejadillo de una iglesia y no sepamos como bajar de él.
Saludos y besos Piru.

Cecilia -

Que le iba a pasar eso a uno de antes...